Cuando el discípulo estaba acabando su instrucción y ya le quedaban pocos días para partir, el maestro le llamó a su presencia:
-Querido discípulo -le dijo- sé que me has soportado durante muchos años y que has aguantado estoicamente un entrenamiento duro y agotador. Eres el único que queda de los discípulos a los cuales saludé y recibí cuando llegésteis aquí. Sé que nunca he tenido una palabra de ánimo o aliento gratuita para tí. Por eso, voy a regalarte.algo que nadie conoce, una nueva técnica mortal, se llama "la sombra del lobo". Pero te la enseño sola y únicamente para que no la enseñes ni la difundas, quédatela sólo para tí y para cuando la necesites.
-¡Para aprender ésa técnica tendría que estar aquí casi tantos años como los que he estado!
El maestro sonrió:
-Exacto, considera la posiblidad de quedarte para aprenderla, o de irte con lo que has aprendido. Como ves, ya apenas quedan discípulos de tu grado, tú serías el único avanzado que seguiría con mis enseñanzas, por lo que yo no tendría problema para enseñártela y dedicarte más tiempo. En tus manos queda. Solamente quiero que sepas que, si decides irte, no habrá vuelta atrás ni segundas oportunidades, y no podrás regresar de nuevo aquí.
El discípulo se quedó pensativo: ¿soportar de nuevo los exámenes del viejo gruñón que no admitía errores y sus pesados trabajos? ¿Agotar otros tantos años sin casi dormir y entrenando y trabajando para el monasterio a cambio de nada? ¡Si lo contara a sus familiares cuando regresara se reirían de él!
-No, mejor me quedo con lo aprendido, estoy bien así.
-Como quieras. -Aceptó el maestro, con una sonrisa. Y entonces parecía diferente, más simpático.
Pero, antes de marchar, ya en la puerta de salida, el discípulo se giró hacia el maestro:
-Me gustaría saber una última cosa, solo una: ¿por qué sonrió cuando le dije que me iba, si apenas lo hacía nunca mientras estuve aquí entrenando?
Cálida y tiernamente, el maestro tocó con su mano el hombro del joven:
-Querido amigo, porque cuando estabas con tus instructores y apenas te veía, cuando lo hacía para verificar tus avances en el arte marcial, tenía que hacerlo con gesto serio y autoritario, y era algo que me apenaba mucho, porque yo no soy así. Mas debía hacerlo para que tuvieras desde un principio la certeza de que mi arte y mis enseñanzas son serias. Sé que tengo fama de viejo cascarrabias y duro, fama que nunca me importó, aunque es injusta porque como sabes pocas personas se han relacionado conmigo. Ahora ibas a hacerlo tú, en un puesto avanzado y desde un lugar privilegiado, dedicándote todo mi tiempo. Y decidiste no continuar. Pero no te sientas mal, como ves, no hay nadie más de tu nivel por aquí, y eso es porque ninguno aceptó continuar con mis enseñanzas, todos eligieron lo mismo que tú cuando les hice tu misma prueba.
Se cerró la puerta detrás de él y el discípulo comenzó a caminar, alejándose del lugar, llorando y con una gran pena en su interior. No había conseguido saber lo que había ido a aprender. Ya podía regresar a su pueblo avergonzado, avergonzado por no tener la fuerza interior ni el valor para llevar su decisión de dominar el arte marcial y perseverar en sus enseñanzas.
- A veces estamos a un paso de querer conseguir nuestros propósitos y, sin saberlo, tiramos la toalla, nos volvemos atrás, y tenemos que volver a empezar. A veces los demás nos empujan a decisiones erróneas por no saber escucharnos a nosotros mismos. A veces tenemos que alejarnos algo de los problemas y las pruebas para verlas con auténtica perspectiva y para afrontar y encauzar una salida adecuada. -
Autor: Luis Domelhajer Gonzalez
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